El pasado domingo 23 de abril nos acercamos a la rica cultura del esparto de la mano de sus protagonistas los maestros/as esparteros/as de Villarejo de Salvanés y alrededores. En su compañía realizamos un sendero etnográfico interpretativo.
Cuando la Asociación Al fresco. Museos efímeros, el Centro de Educación Ambiental Polvoranca y nosotras mismas propusimos la visita, no imaginábamos que la experiencia fuera tan satisfactoria y pudiera tener tanto calado en las más de 40 personas que disfrutamos de ella.
Los objetivos eran conocer el entorno, de una cultura heredada de generación en generación, así como los usos tradicionales y algunas técnicas que giraban alrededor del esparto. Nuestro propósito también era hacer visibles y oír las voces de quienes guardaban ese legado.
Las perspectivas etic y emic, que sobre el papel pudieran parecer más académicas, dieron paso en la realidad a la conexión campo - ciudad a través de una observación participante, cercana y enriquecedora para todas las partes.
La experiencia fue mucho más allá. El acercamiento de las personas que vivimos en grandes ciudades al campo real fue transformadora, a través del conocimiento real de los paisajes y los paisanajes por boca de estos.
Tanto las personas de campo como las de la ciudad, estábamos predispuestas a la conexión y al intercambio de perspectivas, al entendimiento de vidas diferentes condicionadas por los diferentes entornos y a su comprensión.
Nuestros anfitriones/as nos contaron desde el punto de vista objetivo de quien ha vivido y trabajado en el pueblo, toda o la mayoría de su vida, de forma clara y comprensible. Nosotras, las personas que ya no somos de pueblo, cambiamos nuestra perspectiva abandonando el etnocentrismo de la cultura metropolitana para ver con ojos diferentes y reconocedores al medio rural.
Aprendimos cómo quienes allí han vivido, han gestionado ese territorio, tan básico por la composición de su suelo, comprendiéndolo en su forma de ser de suelo pobre, de pocos nutrientes que se encuentra al ochocientos metros sobre el nivel del mar. Un suelo en el que se han podido cultivar sin embargo, cereales, vides y olivos que producen un aceite de excepcional calidad, premiado por ello.
Un suelo yesífero, al que los brillos cristalizados de este mineral allí llaman espejuelos, donde reina el esparto, el material que tantos usos se le ha dado y que ha tenido un carácter práctico y versátil en nuestras sociedades, no hace más de cincuenta años.
Aprendimos que no gestionar el esparto, arrancándolo para que la planta se regenere, es matarlo, pues se seca. Eso es gestionar de forma adecuada el territorio, entendiendo su funcionamiento y utilizando sus recursos sin perjudicarlo, apoyando su regeneración.
Aquí las personas que vamos de visita conectamos con el entorno a través de sus gentes, y viendo a través de unos ojos transformados por sus conocimientos.
También nos explicaron que debido a la sequía, el cereal está demasiado bajo y encanijado, y que de las pozas de agua, en las que antes se sumergía el esparto durante varios días dejándolo "cocer", en un proceso natural de aumento de temperatura y fermentación, ahora sólo queda una con un poco de agua.
Con estas explicaciones nos damos cuenta de que en el campo, esas palabras que se repiten en los medios como sequía, cambio climático, estrés hídrico, etc, toman cuerpo en el terreno y se hacen palpables.
Aprendimos los usos de determinadas plantas, confluyendo los saberes experienciales y académicos de quien vive allí y de los educadores/as del Centro de Educación Ambiental de Polvoranca, intercambiando la denominación de nombres y propiedades de aquello que vemos a nuestro paso a los lados del camino.
Aprendemos a ir con cuidado, ya que con el calor impropio de esta época, las garrapatas se mueven con más agilidad.
Aprendimos a mirar el horizonte leyendo las divisiones del campo según su uso y la estación del año en la que nos encontramos, adecuándonos a un tiempo que en la ciudad denominaríamos "slow" y en el campo, el necesario para ser conscientes de donde nos encontramos y hacia dónde vamos.
Aprendimos de quienes superan los sesenta y cinco años, y nos maravillamos de quienes superan los ochenta, llenándonos de sus conocimientos de forma cercana y fluida.
Nos acercamos por la senda al pueblo con una perspectiva distinta a la que teníamos al llegar, con mente motivada y pies cansados tras cinco kilómetros de aprendizaje.
Entramos en Villarejo llegando al lavadero, que no es sólo algo que forma parte del mobiliario urbano dando un toque rústico que a los turistas tanto gusta, ahora también cuenta la historia de las mujeres que llevaban a lavar las ropa allí, donde en los meses más fríos, los sabañones de las manos picaban por el agua helada del invierno. Nos cuenta cómo en ese espacio femenino se intercambiaban recetas de jabones, consejos médicos, y apoyo social cuando se requería.
Tras la comida, regresamos habiendo descubierto una de las culturas rurales más longevas en la historia y experimentado aquello de que el arte no cambia nada, el arte te cambia a ti.
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